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“Cómo sostener la vida y la esperanza”

La solidaridad no cierra, este blog de momento hace una pausa tras la intensidad de las últimas semanas en las que la realidad nos ha planteado un duro examen, a nivel individual, como organización y como sociedad. La prueba ha sido sobre esa asignatura cuyas competencias llevamos muchos años trabajando en la comunidad cristiana: “Cómo sostener en igualdad y justicia, la vida y la esperanza”. Se han evaluado nuestras prioridades, se ha puesto a prueba nuestra capacidad de respuesta, y nos han puesto nota en la habilidad para afrontar nuestros miedos. También se ha valorado nuestra creatividad y talento para la adaptación.

Este examen nos ha planteado preguntas sobre el sentido de nuestra vida y ha visibilizado el profundo valor de la espiritualidad. Nos ha sorprendido gratamente cómo la sociedad se ha centrado en los cuidados y ha demostrado resistencia para afrontar el aislamiento, la soledad, el sufrimiento y la muerte.

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En red: más y mejor

La experiencia de los proyectos Bizi-Bete durante la pandemia.

Esta situación que estamos atravesando ha hecho que muchos comportamientos, situaciones, acciones… se hayan visto modificados. Los proyectos de Caritas que acompañan a personas mayores, y que contaban siempre con una presencia física de persona voluntaria y persona acompañada, han tenido que cambiar su forma de hacer para poder continuar con su objetivo: acompañar, compartir y estar atentos a las nuevas necesidades que podían surgir.

Concretamente, los proyectos BIZI BETE (Irala, Casco Viejo y Basauri) se desarrollaban con presencias semanales en los locales de los que disponemos y tuvimos que cerrar sus puertas al decretarse el estado de alarma. Ya no eran posibles esos encuentros, y había que hacer algo para que ese contacto siguiera existiendo, para que el vínculo que había nacido siguiera vivo y que un «virus» no acabará con él; los equipos de voluntariado decidimos, desde el primer día, que había que buscar fórmulas para seguir adelante con ello.

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Nuevos tiempos, misma cercanía

Los cambios tecnológicos provocados por el covid19 vienen a quedarse

No cabe duda de que el impacto de esta crisis sanitaria nos ha obligado a reformular nuestra manera de acompañar a las personas. Las nuevas medidas adoptadas bajo el estado de alarma afectaban directamente a nuestra manera de acompañar, ya que impedían el poder atenderlas de forma presencial.

Lejos de dar un paso atrás y replegarnos ante tal situación, las nuevas tecnologías pasan a formar parte de nuestra acción, facilitando la labor de acompañamiento.

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E-INCLUSIÓN

Nuestra responsabilidad ante la alfabetización tecnológica.

Si ya lo veníamos observando y comentando desde hace largo tiempo, con esta crisis sanitaria se ha vuelto indiscutible: la brecha digital ha limitado la conexión de las personas con lo más básico y lo más querido. No disponer de acceso a internet se convierte en un rasgo más que define la desigualdad social. Si ya conocemos de las dificultades económicas, de vivienda, alimentación, de aislamiento, desconocimiento del idioma, baja cualificación, de encontrar o mantener empleo, de no aceptación comunitaria, de falta de recursos personales, ahora se subraya la carencia tecnológica como indicador evidente del riesgo de exclusión.

Hemos vivido el confinamiento con una pantalla y un wifi. Esto nos ha permitido en muchos casos dar continuidad a nuestra actividad académica y laboral, mantenernos en relación con otros y otras y compatibilizarlo con quehaceres personales y familiares. Pero no en todos los hogares se ha tenido esa opción; han surgido serias dificultades por la falta de redes instaladas o por desconocimiento del uso de herramientas virtuales. Esto ha podido observarse de manera más directa en mayores de 65 años a quienes la fractura tecnológica les coloca ante un duro aislamiento y en menores estudiantes, pertenecientes a familias en situación de vulnerabilidad social, para los/las que ha sido costoso seguir las propuestas de aprendizaje on line procedentes de sus centros escolares. En las zonas rurales también se sufre esta barrera electrónica de forma más acentuada que en contextos más urbanos.

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La escala importa

Poco nuevo que decir. A estas alturas de la crisis sanitaria casi todo se ha dicho, se ha pensado, se ha comentado, se ha escrito, se ha grabado en vídeo, se ha convertido en GIF, se ha enviado por WhatsApp…

Nos hemos convertido en analistas de una crisis que evidencia otras crisis (quizás menos analizadas que ésta). Y una de las cosas que hemos repetido una y otra vez es que estamos ante un virus que no entiende de fronteras, de clases sociales, de diferencias económicas, ni de colores de piel, que afecta a ricas y a pobres, a hombres y mujeres, que puede contagiar a jóvenes y mayores (aunque ponga en riesgo especialmente a estos últimos)

Pero el virus sí ha puesto de manifiesto algunas desigualdades que ya existían. El confinamiento no ha afectado igual a todas las personas. Y la salida de la crisis que se avecina tampoco lo hará. Es pronto aún para saber qué mecanismos solidarios vamos a ir construyendo, qué gestos y qué acciones van ayudar a las personas más frágiles, más vulnerables, ni siquiera sabemos qué nuevas fragilidades van a aflorar pero la experiencia de trabajo por la justicia nos dice que no existen recetas ni soluciones universales,  es necesaria, más que nunca, una mirada aplicada a cada realidad, a cada persona… pero también a su contexto, a su entorno, al suelo en el que pisa.