Estas últimas semanas hemos seguido con preocupación y dolor las consecuencias de la pandemia en nuestro entorno más cercano, nuestra familia y amistades, pero también nos hemos dado cuenta de que vivimos en un mundo global donde todo está interconectado, como vemos a diario desde el Área de Cooperación Internacional y Migraciones de Cáritas Bizkaia. Esta crisis sanitaria ha posibilitado estrechar, aún más si cabe, los lazos de amistad con nuestras amigas y amigos de Perú, Ecuador, Congo, Etiopía, Indonesia, Serbia, Líbano y Haití, con los que a lo largo del año compartimos proyectos y actividades, y con quienes en estos días compartimos más WhatsApp y correos de los habituales, interesándonos mutuamente por la marcha de nuestro día a día en esta situación inédita. Y hemos constatado que la solidaridad entre las personas y los países es de doble dirección.
Al ser nuestro país uno de los principales focos de la epidemia, nuestras contrapartes se pusieron rápidamente en contacto con nosotras, impactadas por la información que les llegaba a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Nos iban preguntando por nuestra salud, por nuestras familias y por la situación de nuestros equipos de trabajo. A través de su cómplice cercanía, afecto y empatía, nos han hecho sentir más que nunca que somos una gran familia y que nos necesitamos mutuamente.
A medida que la epidemia ha ido extendiéndose por el planeta, nos mantienen informadas sobre el avance del contagio en cada país y de qué manera está afectando a las comunidades con las que compartimos los proyectos. La mayoría nos informa de que sus gobiernos han reaccionado rápidamente con el cierre de fronteras terrestres y aéreas ante el temor de la propagación del virus, porque son conscientes de la debilidad de sus sistemas sanitarios y de que el confinamiento y el distanciamiento social, como medidas de prevención y contención, no son factibles como aquí. Es preciso comprender su realidad de máxima vulnerabilidad: las personas deben salir a la calle a ganarse el salario diario dentro de la economía informal, o viven en infraviviendas que no disponen de agua y han de salir a buscarla, tarea de la que muchas veces se encargan mujeres y niñas. En general, se constata que las medidas de aislamiento están afectando seriamente a las poblaciones con las que trabajamos, donde el apoyo de Cáritas es predominante.
Las contrapartes, en este momento, están haciendo una intensa labor de prevención, apoyando con medidas de protección, informando y sensibilizando a las comunidades acerca de la realidad de esta pandemia, de su rápida propagación y de las medidas higiénicas para su protección. Una de las dificultades con las que se encuentran algunas comunidades es la ausencia de información, así como de recursos básicos para evitar el contagio como el agua, el jabón, o los equipos de protección individual. Todas nuestras compañeras y compañeros en los diferentes países están trabajando de manera telemática y mantenemos un contacto diario.
Aún es temprano para predecir cómo afectará esta crisis a las actividades que teníamos planificadas en los diferentes países, pero seguramente las consecuencias serán importantes, ya que esta pandemia llega en un momento en el que existen otras crisis humanitarias graves provocadas por la inseguridad alimentaria, los conflictos, el desplazamiento de personas que huyen de la violencia o de las consecuencias del cambio climático, la sequía o las inundaciones. Nuestras acciones de formación en derechos, empoderamiento de comunidades indígenas o mujeres, de formación en prevención de desastres naturales, entre otras, van a tener que flexibilizarse, y así lo estamos transmitiendo entre nuestras contrapartes para responder a las consecuencias más urgentes que esta epidemia va a dejar.
Si la pandemia es global, la solidaridad debe seguir siendo global. Aplaudimos las iniciativas de solidaridad que en nuestro entorno han surgido para dar respuesta a las personas más vulnerables de nuestra sociedad bizkaina, y que ponen en el centro la necesidad del cuidado especialmente a las personas más vulnerables, pero no podemos olvidar a quienes sufren las consecuencias de esta dura enfermedad en países que no pueden garantizar los derechos fundamentales de su población. La pandemia está siendo una oportunidad para repensar nuestro modelo económico y social, poniendo en el centro la persona y la defensa de los derechos fundamentales, nuestra relación con la naturaleza y la necesidad de su cuidado, el fortalecimiento de la sociedad civil y el voluntariado, la necesidad de vivir una austeridad responsable que nos invite a “vivir sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir”.
Amaya Ruiz Ucar
Técnica de cooperación internacional y migraciones
Cáritas Bizkaia
#lasolidaridadnocierra