Cuando se comunicó el reciente estado de alarma (o no ya tan reciente), en Biozaki, sabíamos que nos encontrábamos en un momento decisivo de la huerta de primavera-verano, en la que la ocupación de la superficie por miles de plantas de diferentes familias, algunas de ellas con estructuras de entutorado y otras con surcos acaballonados, así como un aumento de la demanda de pedidos de atención domiciliaria, y también de tiendas, iba a generar un impacto en la exigencia, número y atomización de tareas, gestión del tiempo, estrés, dificultades para poder coordinarnos…Añadido a esta situación, se suspendía la actividad del taller pre-laboral que nos venía acompañando hasta la fecha y que hacía más sostenible la consecución de tareas, especialmente en la plantación, siembra y recolección.
Es por ello, que después de una primera semana de adaptación y comprensión interna procuramos volver a la actividad diaria desde la serenidad a sabiendas de que la situación superaba todas las expectativas y capacidades de dar respuesta como lo hacíamos antes. Eternas jornadas de trabajo se sucedían desde el amanecer y en ocasiones hasta el anochecer, libranzas y vacaciones postergadas por la situación de necesidad imperiosa de atender la producción y la comercialización. En silencio, entre los miembros del equipo se fue instalando un leitmotiv que el padre José María Garmendia (Txamo) de Ibarra siempre decía en aquellas reuniones vespertinas de Ecuador, y no era otro que “priorizar y compartir”. El compañerismo se hizo palpable como un espíritu irreductible, la co-responsabilidad bien entendida hacia el cuidado de las plantas para cuidar a las personas a las que llevábamos las cestas y al mismo tiempo, la incertidumbre de saber si llegaríamos a completar los requerimientos del día a día.
Pero qué es la vida si no luz y sombra, es ahí donde se genera la experiencia y el entendimiento profundo. Desde ahí emergía un amor incondicional hacia la propia tierra, de dónde venimos, porque siempre volvemos a ella en cualquiera de los escenarios, desempeñando un guion de hortelanía natural, ecológica y consciente que llevará a los hogares fotones de luz que las plantas acostumbran a sintetizar para nutrirnos. Ese cuidado por nuestra clientela-colaboradora es una especie de motor que nos impulsa a ayudarnos entre nosotros, a generar dosis de compañerismo, de solidaridad. En cada intercambio con nuestra clientela a la hora de acercar la cesta elegida por cada cual, la calidez de las palabras se torna en un leguaje compartido. Y es por eso que una cesta es mucho más que una cesta cuando el compromiso por el que la adquiere y por el que la provee es compartido.
Los días se sucedieron y la buena noticia llegó en forma de contratación de un nuevo compañero que ayudó a despejar temores, cansancio, y a despertar la motivación y nueva energía al proyecto. A día de hoy sabemos que las prisas no son buenas compañeras de viaje, sin embargo, nos han enseñado a entender eso que llaman resiliencia o, como decía el padre José María Garmendia, “priorizar y compartir”.
#lasolidaridadnocierra
Asier Odriozola Cuesta.
Comercialización y producción.
Biozaki.